miércoles, 17 de enero de 2018

Yo quiero ser Física - Cristina Fernández Bedoya

Y yo quiero ser...Física
(Por Cristina Fernández Bedoya)

Escucha música mientras lees, vete al final.

¿Y cómo no iba a querer serlo? Cuando uno tiene curiosidad por todo lo que le rodea y le gusta tocar, abrir, probar, hurgar, romper, experimentar con todo cachivache que se pone a su alcance… tiene muchas papeletas para acabar haciendo una carrera de ciencias. Y si además los cuerpos animados, especialmente los viscosos, te producen cierta repulsión, ¡bienvenido! Vas a acabar en el mundo de las matemáticas, la física, la química o las ingenierías.

Puede que, sin saberlo, ya desde pequeño quisieras ser físico. En mi caso, ya desde niña andaba buscando respuestas a preguntas, cuando menos, ambiciosas: ¿Cómo demonios se creó el mundo? ¿De dónde han salido todas estas cosas? ¿Por qué se sostiene en pie la Barbie con esos pies tan enanos? 

Mi madre lo debió ver claro pues con tres años le pregunté que de dónde venían los objetos que nos rodeaban. Para salir del apuro me dio la respuesta sencilla: que todo lo que no habían hecho los hombres lo había hecho Dios. Rápidamente le contesté que esta era una pregunta seria, que no valía el típico cuento del hada madrina convirtiendo calabazas por doquier. Lo mismo mi pobre madre resulta tener razón, pero a mí eso de que me diera una explicación que no podía demostrar no me pareció nada serio.

La primera asignatura de física propiamente dicha que tuve se hizo esperar hasta los 16 años. Fue un flechazo. En las películas, a los adolescentes les meten en la cabeza eso de que cuándo conozcas al amor de tu vida lo sabrás de inmediato. Es mentira generalmente con las personas, pero no con la física. ¡Por fin un profesor se dedicaba a explicar cosas que eran verdaderamente útiles e interesantes! Alguien había desarrollado teorías y métodos matemáticos para explicar por qué funcionan las cosas, por qué y cómo caes más rápido según la inclinación de la cuesta, por qué en una olla a presión la comida se cocina más rápido, por qué los rayos de luz se curvaban en una lente, cómo se forma un arco iris, cómo se mueven las estrellas, cuánto tarda la luz del sol en llegar a tu terraza, por qué los aviones pueden volar, qué hace que funcione un microondas, de la inducción mejor ni hablamos (como veis la cocina me creaba grandes dudas), de qué está hecha toda la materia que nos rodea y, rizando el rizo, ¡cómo se creó! 

Podría seguir un buen rato, pero el resumen es claro: POR FIN ALGUIEN SE MOLESTABA EN INTENTAR EXPLICAR CÓMO FUNCIONA EL MUNDO Y DE DÓNDE VIENEN TODAS LAS COSAS QUE NOS RODEAN. Incluso, lo de la Barbie.

La cuestión última de cómo se creó el universo fue la que dictó mis primeros años de carrera. El modelo del Big Bang había sido propuesto recientemente y devoraba artículos de divulgación sobre el desplazamiento al rojo, las curvas de rotación de las galaxias, los agujeros negros, etc. Estudiar asignaturas de astrofísica es una de las labores más satisfactorias que se me ocurrían pues ¿quién no quiere saber cuántos años tiene el universo? ¿Quién no se ha preguntado alguna vez si la Tierra ha existido siempre o cómo se han podido crear los planetas? ¿A qué distancia estará cada estrella en el cielo y si se estarán alejando o acercando? ¿Quién puede vivir sin hacerse esas preguntas? Nadie. ¡Nadie!

Bueno, entonces me eché un novio periodista que me hizo ver que no todo el mundo tiene esas inquietudes. Me confesó que cuando él miraba las estrellas lo que pensaba es “esa estrella me cae bien porque parece que me está guiñando un ojo, pero esa otra es una sosa, tremendamente aburrida…”. Y a los cinco minutos sólo quería irse a tomar una cerveza. Reconozco que en ese momento pensé que no podíamos ser de la misma especie, que igual yo era muy rara. Bueno, no, pensé que él era muy raro, pero le tenía cariño. Y gracias a él entendí que la física convive con nosotros pero que, si te dejas llevar, puedes ser muy feliz aprovechándote de ella sin plantearte cómo funciona. Leche fría, minuto de microondas, magia, leche caliente. Pero si no hubiera gente como nosotros, gente que mete la báscula en el ascensor para ver cómo cambia tu peso aparente, mi novio periodista seguiría bebiendo la leche fría (cosa que a veces le deseo por lo mucho que se ha reído de mi experimento con la báscula).

Así que el resto de mi vida me empeñé en buscar explicaciones a tantas cosas que podrían considerarse magia. Creo que eso es a lo que se dedica un físico si consigue tener un poco de suerte: a intentar descubrir las leyes que gobiernan la naturaleza.

He tenido muchas veces una típica discusión con colegas científicos sobre si es más puro el conocimiento de las matemáticas que el de la física. Pero supongo que hay un gen materialista en mí y considero que, hasta que no se valida la teoría con la realidad pura y dura, el valor de la misma es muy limitado. Ello explica que haya acabado siendo física experimental y, aunque la física teórica me parece apasionante, nada garantiza que esa bella teoría de donuts en 11 dimensiones tenga más que ver con la realidad que lo de las mitocondrias de StarWars… ¡salvo que un experimento así lo demuestre! Y más allá, que emocionante es que un experimento te desvele un nuevo tipo de donut en el que nunca había pensado nadie antes.

Uno de los descubrimientos más importantes que uno hace cuando estudia Físicas es que el mundo es bello. Las teorías son bellas. La naturaleza tiende a hacer las cosas lo más sencillas posibles y todo es lo más bonito que uno pueda imaginar.

Lo bueno de la física es que cuando intentas responder a una de las preguntas más ambiciosas del mundo, la ya comentada cómo funcionan todas las cosas, las variantes son infinitas y cada día te encuentras resolviendo un determinado tipo de problema: cómo encajar los continentes como si fueran un puzzle, cómo construir un coche que levite, cómo construir un comedero de tortugas automático con esos relés que has conseguido por ahí, cómo sacar energía eléctrica de las olas, cuál es la edad del universo… En fin, la mayoría de la gente que te conoce piensa que estás mal de la cabeza, pero tu tortuga te está eternamente agradecida (al menos la mía lo estuvo).

Habrá momentos de duda, en las que necesites algo menos abstracto. Puede que empieces a dedicarte a algo más concreto y tu vida te lleve a fabricar radios con el último condensador que pillas por ahí. Y, claro, acabas pensando que una ingeniería de telecomunicaciones o electrónica te va a ir más. A mí me pasó. Hubo un par de años que hice una ingeniería de segundo grado en electrónica, coqueteos de la vida. Pero, claro, es que resulta tremendamente atractivo cómo se fabricaban los demultiplexores y se construye la lógica digital de nuestros ordenadores. Resulta que su funcionamiento tiene sentido y es muy entretenido, un sudoku muy friki.

Pero, al final, tuve que volver a la física. No lo pude evitar. Quedaban muchas respuestas en el universo a las que buscar explicación y, sobre todo, hay algunas, las que se engloban dentro de la investigación básica, que tienen un atractivo indescriptible. Casualmente, son cosas que no afectan mucho a tu día a día. No hacen que tardes menos en llegar al trabajo, no te quitan el calor en verano, ni te van a ayudar demasiado a ligar en los bares al sacar el tema… pero si te has quedado enganchado con preguntas como por qué la velocidad de rotación de las galaxias parece no cumplir las leyes de Newton (la típica duda), si será posible que esas estrellas lejanas estén hechas de antimateria o por qué la masa de la partícula top parece ser la suma de la masa del W y del Z (no entiendo cómo Netflix no ha hecho aún una serie de esto), es que la física de partículas está llamando a las puertas de tu mente y es difícil escapar. Avisado quedas.

Fig. 1. Imagen del detector CMS (Compact Muon Solenoid)
del LHC (Large Hadron Collider) del CERN.

Y eso también es lo bonito, se trata de intentar responder todas las preguntas del universo. Ahí, sin ambición.

Ser físico no es como ser bombero, que está claro que te vas a dedicar a apagar fuegos. Ser físico es, tratar de resolver una nueva pregunta hoy, fabricar un ordenador cuántico, medir la velocidad de los neutrinos, descubrir un nuevo planeta… Soñar cosas imposibles y hacerlas posibles.

Es un objetivo tan ambicioso, tan inabarcable, que en algún momento tienes que asumir que debes centrarte en algo (y ganar algo de dinero). Muchas veces es el propio camino el que te lleva a tu destino sin que te des cuenta. Hay tantas preguntas por resolver, que son las propias preguntas las que te acaban dando una respuesta. Mi respuesta acabó siendo participar en el descubrimiento del bosón de Higgs. No está mal, acabo dando un Nobel.

Fig. 2. Imagen de un evento reconstruido en el detector CMS 
procedente de una desintegración del bosón de Higgs
producido en las colisiones de protones del LHC del CERN.

La vuestra puede ser, cualquier otra. Hay infinitas. Lo mismo descubrís cómo teletransportarnos (de una maldita vez), cómo crear filetes con la impresora 3D o cómo eliminar los residuos radioactivos.

Así que, ¿por qué ser físico? Primero, porque te gusta y bueno, también porque alguien tendrá que explicar cómo funciona todo esto y por qué sigue de pie la Barbie.

Cristina Fernández Bedoya
Doctora en Ciencias Físicas
CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas)

Escucha música mientras lees.


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